Me sentía bastante mal por llegar un par de días tarde a nuestra cita, hasta que leí la carta de la yo del año pasado, que te escribió dos semanas tarde. Menuda pava, no se toma nada en serio. Es un desastre. No como tú y yo, que somos…
En fin, no me digas nada. Es que no llego, de verdad que no. Estoy rebasada por todos los ángulos y antes de terminar un proyecto ya estoy metida en uno nuevo. Creo que todo empezó después de ti, ¿sabes? Siempre estoy diciendo que «cuando acabe esto ya tendré más tiempo», pero eso nunca llega porque, cuando acabo esto, pues ya tengo algo nuevo que me come. Y es una putada, porque lo disfruto mucho, pero siento que me estoy perdiendo cosas. Y no me gusta perderme lo que me estoy perdiendo. Y esto es culpa tuya, eres tú la que me reprocha desde ahí, desde esa nube de oxitocina que huele a bebé recién estrenado (pero «bebé recién estrenado» del que te gusta a ti, del que huele a sangre y caramelo, no del que huele a Nenuco) y se enfurece conmigo porque parece que estoy olvidando qué es lo más importante. DÉJAME EN PAZ, ¿VALE? Lo hago lo mejor que puedo, joder. De verdad, que lo doy todo. Pero es que no llego, hostia, y creo que no me merezco que me castigues tú también.
Y te voy a decir más: creo que tan, TAN mal, no lo estoy haciendo. Tus hijos son tres personas absolutamente diferentes, cada uno con unas necesidades completamente distintas al otro y un modo de entender y sentir el mundo que nada tiene que ver con los otros dos. Y, sin embargo, ahí los tienes: sobreviviendo. A la lógica, a la emoción, al tiempo. Abriendo paso en un camino que el diseño de la vida, ese cómo son las cosas, a veces se empeña en cerrarles. Y a veces avanzan a machete y otras veces de puntillas. Y otras (las menos, de momento) no queda más que recular e intentar otro camino. Pero siempre, siempre sabiendo que tú estás ahí, cerca; para empujar, tirar de ellos, darles la mano o simplemente estar. E, incluso, para no estar, si es lo que les hace falta.
Hugo ya tiene un pie en la adolescencia. No te puedo contar muchos detalles porque es muy celoso de su intimidad y no quiere que cuente nada por ahí (no te lo tomes a mal, pero es que de ti ya casi no se acuerda…). Pero que sepas que, conforme pasa el tiempo y ayudarle a gestionar algunas cosas se hace más difícil, también se hace enormemente satisfactorio ver en qué persona se está convirtiendo.
Leo es como una bomba de chocolate rellena de pólvora. Tan dulce, tan suave, tan achuchable… Y tan a punto de explotar en cualquier momento, sin que sepas cómo ha llegado el fuego. A veces el fuego se va igual que llegó, y tampoco sabes cómo. Te anticipo un consejo: solo mantén la calma y habla suave. Y, si no te quiere escuchar, entonces calla. Hubo un tiempo en que pensé que Leo había llegado a enseñarme algo, pero ya no. No está aquí para mí, para enseñarme nada. Él está aquí para ser él, tal como es. Y si acaso puede que yo tenga suerte y aprenda algo. Y te digo más: creo que ninguno ha sido tan feliz como lo es él.
Y Aine… Esa cachorra que ahora tienes en tus brazos, recién llegada a la vida. Te voy a contar dos cosas: la primera es que, cuando veas que en la prueba del talón se congestiona, y se pone azul de llorar y no respirar, y se agarrota tanto que no le sale la sangre, no busques explicación que llegará más adelante: su umbral del dolor está varios metros por debajo de la línea de suelo. Era eso: dolor. Y, probablemente, cuando en unos meses una vacuna la haga estar llorando trece horas seguidas, también será eso: que le han pillado en mal sitio y le duele. No es cuento, créeme.
Y la segunda cosa que te tengo que decir es que empieces a entrenar porque, ¿sabes cuando dices, orgullosa, que se parece mucho a ti? Pues es verdad. A ti y a tu madre. Y, como no empieces a controlar tus momentos de intensita, aquí va a haber voladores, maja. Como los había, exactamente, entre tú y tu madre. Y las dos sabemos que no quieres eso. Así que empieza a mentalizarte de que tú eres la adulta, se supone que tienes que dar ejemplo. Si lo consigues, mándame una carta desde el año que viene, por favor. O, al menos, desde antes de que ella llegue a la adolescencia, que estaremos ahí en un suspiro.
¡Ah! Y no te lo vas a creer: este verano se ha cortado el pelo. Primera vez. Quería, fue idea suya y se puso muy feliz, y también lloró un montón. Por eso de la intensidad. Pero tranquila que hay cosas que no cambian y las placentas ahí siguen: las dos en el congelador. La de Aine ha conocido ya tres neveras. Esto es un sindiós.
Y nada más, antigua yo. Te voy a dejar ya porque quiero ponerme con una idea que me ronda la cabeza desde hace unos días, aunque es probable que acabe enchufándome a Netflix o jugando con los niños al Scrabble cuando salgan de la ducha, si es que consigo que se metan en la ducha de una vez.
Felicidades, antigua yo.
El año que viene te espero aquí. Y no te olvides de contármelo desde el año que viene, si lo haces mejor que yo.