Escribir es muy difícil, a veces. Lo que tienes que contar es tan grande, abarca tanto, tanto, que te sientes con tu teclado como David con su tirachinas frente a Goliat, con la total seguridad de que, hagas lo que hagas y digas lo que digas, será insuficiente.
Y si a eso le sumas que lo que te ha llevado a sentarte frente al teclado es algo que te duele y te cabrea en lo más hondo, se te atascan las letras en los dedos. Es difícil ordenar las ideas con el cerebro lleno de bilis. Y tú sabes que a medida que la ira entra la elocuencia se va yendo, y si se va la palabra no importa cuánta razón tengas o dejes de tener, que la credibilidad la pierdes.
Por eso es tan difícil escribir esto. Porque es hacerlo sabiendo que no lo harás bien. No lo suficiente. Pero no lo suficiente es algo, aunque sea poco. Y poco es mejor que nada. Y, al final, somos muchos pocos: muchas pequeñas voces las que estamos, contenidas de rabia y dolor, dejándonos ver en la red para decir que ya basta.
Esto no ha sido solo una agresión contra una madre que quería parir en casa: es una agresión contra la libertad de todas las mujeres a decidir sobre algo que debería ser tan sagrado e intocable como es nuestra sexualidad.
Y es que es ahí donde hay que poner el foco: esto no puede convertirse, una vez más, en un debate sobre si parir en casa sí o si parir en casa no. No va de eso. Intentemos dejarlo claro desde el principio: parir en casa es legal, es una opción que se recoge dentro de la autonomía de cualquier paciente o usuario. El sistema público de salud no es de uso obligatorio, sino voluntario y si cualquier persona decide llevar su salud al margen del SNS está en su pleno derecho de hacerlo.
Puedes estar más o menos de acuerdo con los partos en casa, pueden parecerte mejor o peor, ese no es el tema aquí. Aunque, sea cual sea tu opinión acerca de ello, dejemos esto claro desde el principio: en un embarazo normal y sano, evidencia científica en mano, el parto domiciliario no tiene mayor riesgo que el hospitalario. ¿Existe riesgo? Sí, porque el riesgo cero no existe: ni en casa ni en el hospital.
Entonces, ¿de qué estamos hablando aquí? De que cualquier persona, CUALQUIER PERSONA que esté en pleno uso de sus facultades mentales, tiene la libertad y el derecho a decidir sobre su salud, sobre a qué tratamientos y procedimientos quiere o no someterse, sobre qué riesgos quiere o no correr, y esa serie de libertades y derechos vienen recogidos, contemplados y, teóricamente, protegidos y garantizados en cosas tan básicas como son la Ley General de Sanidad y la Ley de Autonomía del Paciente. Leer artículo completo