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Parirás con dolor, o cómo infantilizar a una mujer y robarle su parto

LEO (74)

Escribir es muy difícil, a veces. Lo que tienes que contar es tan grande, abarca tanto, tanto, que te sientes con tu teclado como David con su tirachinas frente a Goliat, con la total seguridad de que, hagas lo que hagas y digas lo que digas, será insuficiente.

Y si a eso le sumas que lo que te ha llevado a sentarte frente al teclado es algo que te duele y te cabrea en lo más hondo, se te atascan las letras en los dedos. Es difícil ordenar las ideas con el cerebro lleno de bilis. Y tú sabes que a medida que la ira entra la elocuencia se va yendo, y si se va la palabra no importa cuánta razón tengas o dejes de tener, que la credibilidad la pierdes.

Por eso es tan difícil escribir esto. Porque es hacerlo sabiendo que no lo harás bien. No lo suficiente. Pero no lo suficiente es algo, aunque sea poco. Y poco es mejor que nada. Y, al final, somos muchos pocos: muchas pequeñas voces las que estamos, contenidas de rabia y dolor, dejándonos ver en la red para decir que ya basta.

Esto no ha sido solo una agresión contra una madre que quería parir en casa: es una agresión contra la libertad de todas las mujeres a decidir sobre algo que debería ser tan sagrado e intocable como es nuestra sexualidad.

Y es que es ahí donde hay que poner el foco: esto no puede convertirse, una vez más, en un debate sobre si parir en casa sí o si parir en casa no. No va de eso. Intentemos dejarlo claro desde el principio: parir en casa es legal, es una opción que se recoge dentro de la autonomía de cualquier paciente o usuario. El sistema público de salud no es de uso obligatorio, sino voluntario y si cualquier persona decide llevar su salud al margen del SNS está en su pleno derecho de hacerlo.

Puedes estar más o menos de acuerdo con los partos en casa, pueden parecerte mejor o peor, ese no es el tema aquí. Aunque, sea cual sea tu opinión acerca de ello, dejemos esto claro desde el principio: en un embarazo normal y sano, evidencia científica en mano, el parto domiciliario no tiene mayor riesgo que el hospitalario. ¿Existe riesgo? Sí, porque el riesgo cero no existe: ni en casa ni en el hospital.

Entonces, ¿de qué estamos hablando aquí? De que cualquier persona, CUALQUIER PERSONA que esté en pleno uso de sus facultades mentales, tiene la libertad y el derecho a decidir sobre su salud, sobre a qué tratamientos y procedimientos quiere o no someterse, sobre qué riesgos quiere o no correr, y esa serie de libertades y derechos vienen recogidos, contemplados y, teóricamente, protegidos y garantizados en cosas tan básicas como son la Ley General de Sanidad y la Ley de Autonomía del Paciente.

Te puede parecer mejor o peor, pero los individuos, todos, tienen ese derecho. Las embarazadas también. Y aquí viene la pregunta: ¿y el bebé? Pero ¿de verdad alguien piensa que una madre pondría en peligro la vida de su hijo al final de su embarazo? Y aquí viene la respuesta: «Hay mucha inconsciente». Ahá: he ahí el quid de la cuestión. Que es que cuando una mujer se informa y decide por sí misma, si su decisión no concuerda con lo establecido o con la nuestra propia, es una inconsciente.

¿Sabéis qué otras mujeres han sido y son unas inconscientes? Las que se atrevían a desobedecer al marido, y luego se quejaban si se llevaban dos hostias. Las que andan por ahí vestidas como guarras, y luego se quejan si las violan. Que me vais a decir que no tiene que ver, pero sí: sí que tiene, desde luego que tiene. Son mujeres ejerciendo derechos, a la integridad, a la libertad de elección, a no tener que actuar inducidas por el miedo, y en quienes se pone el foco de la culpa cuando lo que está fallando es lo demás. Sí que tiene que ver, y quien no encuentre la correlación tal vez necesite un par de décadas de librepensamiento. «Las que deciden libremente sobre su embarazo, que luego no se quejen si pasa algo».

Hablemos del caso de la madre de Oviedo. Voy a contaros lo que sé, aunque no os lo contaré todo porque tanto la familia como los profesionales implicados, dentro y fuera del hospital, merecen respeto a su intimidad. Compartiré exclusivamente los datos que me parecen oportunos y que tengo permiso para compartir. Voy a intentar hacerlo bien:

Una mujer embarazada planea un parto domiciliario, que se atienden habitualmente cuando se consideran normales, es decir: sanos y de bajo riesgo.

Cabe aquí hacer un paréntesis para aclarar que la datación del embarazo, sea cual sea la técnica utilizada para su cálculo (ecografía de la semana 12, fecha de última regla o fecha de ovulación) siempre tiene un margen de error, que se suele decir que es de una semana, aunque puede ir de algunos días menos hasta los 37 días, según la técnica empleada (francamente, se podría escribir un artículo entero solo sobre este tema).

Pasados dos días de la -teórica- semana 42, martes, decide acudir a monitores del SNS en su hospital de referencia para comprobar, de manera autónoma y responsable, que todos los parámetros continúan correctos. Se le hace una ecografía en la que se comprueba que todo está bien. En la monitorización se aprecia una variabilidad reducida de un período de 20 minutos que se recuperó tras tomar un zumo. ¿Qué quiere decir esto? Muy probablemente, que el bebé estaba durmiendo, aunque es una de esas cosas que es conveniente seguir vigilando periódicamente (vigilancia que, por cierto, también hace el equipo de asistencia domiciliaria). Dado que las 42 semanas no se sostienen por sí mismas para pedir una inducción, es esa variabilidad reducida la que hace que, después, exista una orden judicial.

En el hospital le hablan de inducción, aunque no la urgen a ello, la madre dice que se lo quiere pensar y se va. Vuelve después de un paseo para comunicar su decisión, se encuentra monitores cerrado y se va a su casa. Lo que pasó en las horas siguientes en el hospital, será el personal del hospital quien tenga que aclararlo delante de un juez.

Al día siguiente, miércoles, sin haber tenido más noticias del hospital en el tiempo intermedio, la madre comienza a tener contracciones rítmicas en su domicilio. Estando asistida por su matrona y en pleno proceso de dilatación, la policía aparece en escena, orden judicial en mano: el hospital había solicitado al juzgado un traslado urgente para realizar una inducción «por riesgo inminente para la vida del bebé». La policía (lógicamente, ya que no puede contravenir una orden judicial) se lleva a la madre al hospital contra su voluntad.

Como dato a tener en cuenta, por lo ilógico y surreal de la situación, en la ambulancia en la que se le traslada la acompaña un sanitario de medicina general, cuya preparación en partos en mucho menor (mucho menor) que la de la matrona que ya se encontraba con la madre, a quien no permitieron acompañarla en la ambulancia.

Una vez en el hospital se hace un registro cardiotocográfico y se comprueba que todo es absolutamente normal: ni variabilidad reducida, ni deceleración, ni nada. No se hace una inducción, obviamente, PORQUE YA ESTÁ DE PARTO, pero la madre está obligada judicialmente a permanecer allí. Voy a insistir: contra su voluntad.

Tan normal era todo, de hecho, que dejan a la familia sola y pasan varias horas hasta el siguiente registro. Todo sigue normal. Vuelven a dejarlos solos otras varias horas. Otro registro. Todo normal. La madre tiene que seguir allí, dejadme que insista, contra su voluntad. Está judicialmente retenida, sin existir un motivo médico que justifique que esté allí.

Los trasladan a partos, y la cosa empieza a volverse agria, comienza la presión, los tiempos. Vuelve a haber dos momentos de variabilidad reducida que se comprueban por ph y el resultado es normal (es decir, todo va bien). Vuelven a pasar horas: otra variabilidad, otro ph, todo normal. Pero la madre, obviamente, tiene que seguir allí, aunque no quiera.

Os pido que paréis un momento: ¿os imagináis esto? ¿Os imagináis tener que parir en un lugar que no queréis con un montón de gente que no queréis y de un modo que no queréis? Ya sé que es difícil visualizarlo, porque tenemos interiorizada la imagen de un parto hospitalario como un parto normal, pero, por favor, haced un esfuerzo de empatía: esta situación, para una madre que planeaba un parto íntimo en su hogar, con su familia y su matrona de confianza, es como si a una mujer que espera un parto hospitalario la obligan a parir en una jaula del zoo. De verdad, yo creo que la mayoría de la gente no es consciente de lo violento de esta situación.

Finalmente, más de 24 horas después de su ingreso forzoso, a la madre se le practica una cesárea. Sin que haya existido sufrimiento ni disminución de bienestar fetal, sin riesgo de hipoxia. ¿Cuál fue el motivo, entonces? El agotamiento de la madre. Tal cual. Ella tenía contracciones desde poco después de acudir a monitores, un martes. Llevaba más de dos días con contracciones, unas 36 horas retenida, con un trabajo de parto más que lógicamente interrumpido por el estrés de la situación.

El ginecólogo aduce DCP (desproporción cefalopélvica), aunque luego se corrige cuando la niña nace pesando 3,110 kg.

¿Qué ha pasado aquí?

Pues ha pasado que se ha jodido a una mujer. Y punto. Que no se ha respetado su libertad de autonomía como paciente ni su derecho a decidir, derecho que compartimos todos. Que muy probablemente un prejuicio sobre el parto domiciliario y la negación de la capacidad de decisión de una mujer sobre dónde, cuándo, cómo y con quién parir se ha impuesto a la evidencia médica inmediata que decía que no existía ninguna urgencia. Que se la ha forzado a vivir una situación de violencia sin absolutamente nada que lo justificara.

Dejadme, por favor, que reitere: es entendible que la jueza, recibiendo un informe que dice que «la vida del bebé corre inminente peligro» (y basándose únicamente en eso) diga que hay que ir a buscarla. Es, por supuesto, entendible que la policía cumpla la orden judicial, porque la policía no es médico ni tiene por qué saber qué está pasando ni, por supuesto, es esperable que se juegue el puesto desobedeciendo una orden judicial, que se juegan el puesto. Pero, por la diosa, ¿¿NO SE VE EL SINSENTIDO?? Se han llevado a una mujer de parto A INDUCIRLE UN PARTO. Y lo que se consiguió fue, precisamente, detenerlo. ¿Se ve el ridículo? ¿Se ve la GRAN cagada?

Podrá gustarte más o menos que quiera parir en casa, pero dejadme insistir: no es eso lo que estamos debatiendo aquí. De lo que estamos hablando es de que que se han vulnerado unos derechos fundamentales y no existía ninguna razón médica que justificara todo esto: ni para inducir el parto, ni para retener a esa mujer en un hospital ni la habría habido para practicar una cesárea, de no haberse dado todo lo anterior.

Y, por si todo no fuera poco, la opinión pública la está machacando «porque iba a parir en casa». Y es así, porque si a esta mujer le hubieran hecho lo mismo estando ella decidida a parir en el hospital, seguramente no todo el mundo, pero probablemente la mitad de los que la critican ahora no lo harían, y entenderían mejor que fue una intervención innecesaria y una vulneración de derechos resultante en un final indeseado, cuando no desastroso.

Esta madre ha perdido, no, le han quitado su parto, su decisión, su derecho, su libertad. Suyo, sí, pero también de su bebé: a nacer con respeto, con tranquilidad, con salud y en un entorno óptimo mamíferamente hablando, y no en un sistema intervenido, medicalizado, desnaturalizado y deshumanizado.

Lo dije en facebook y me voy a reiterar: de entre todas las formas de violencia y, más aún, de violencia sexual que se ejercen contra las mujeres, una de las más terribles es la que concierne al embarazo, parto y puerperio, y especialmente al momento del parto. Y si es de las más terribles es porque está institucionalizada, sistematizada, incluso protocolizada y atrozmente invisibilizada y negada.

Es terrible, y hay que decirlo, y pelearlo, y poner todo lo que esté en nuestras manos para que no se repita. Porque los avances dejan de tener sentido cuando se anteponen los números a las personas y las batas a los profesionales que las visten. Porque los derechos dejan de existir cuando pueden vulnerarse impunemente. Porque no todo vale. Y porque, si tocan a una, nos tocan a todas. 

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Foto destacada: yo, durante el parto de mi hijo pequeño. Foto: Ana Hevia

 

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