Te recuerdo. Perfectamente. Sé que estás llorando. Porque mañana hará un mes que recibiste en tus brazos a nuestra reina de las hadas, y hoy, trece de noviembre, le has escrito una carta para contarle el parto, ese tan mágico en el que ella llegó al mundo en una burbuja de agua prístina que la contuvo hasta el final.
Por eso sé que estás llorando. Porque te removió en lo más hondo y te alzó de nuevo en esa nube, en esa oleada de oxitocina que te acompaña desde que nació. En realidad, no sé si ya la has escrito o si estás a punto de hacerlo, pero has elegido un buen momento para contarlo, porque lo tienes muy fresco y todavía te acuerdas de todo. Lo que aún no sabes es que la carta que escribirás hoy será la primera de una tradición que, como ves, vas a mantener al menos durante una década.
También te adelanto una cosa: sé que te imaginas leyéndosela a ella, pero no vas a poder. Al menos, no en el medio plazo. Porque ella es tan sensible que, cuando lo intentes, en cuanto le mentes a la vaca, pobre vaca, que no puede saltar sobre la luna, Ainé romperá a llorar, y te pedirá que no sigas. No recuerdo cuándo fue eso, pero sé que, de momento, yo no lo he vuelto a intentar. Tal vez este sea el año, ya veremos. Aunque, honestamente, me parece que aún no. Tal vez tengamos que hacer como en Benjamin Button, y esperar a que lo lea ella todo junto cuando nosotras (tú, yo) ya no podamos leer.
No sé si quieres saber esto, pero te escribo desde una habitación de hotel. Verás, llevo mucho tiempo intentando no hacerte demasiados spoilers, pero creo que ya va siendo un buen momento. Se avecina una época mala. Muy mala. Sé que ahora no estáis demasiado bien, pero las cosas se van a poner incluso peor. Por suerte, sois equipo. Somos equipo. Equipazo. Háblame Bajito crecerá, a pesar de todo. Tú crecerás también. Sin dinero, sin padrinos, sin red de seguridad. Y va a salir bien. La próxima nochevieja soñarás un cuento que recordarás a la mañana la siguiente, la primera del año que viene. Y, a finales de año, lo harás realidad. Una cosita pequeña que funcionará razonablemente bien, teniendo en cuenta todo el contexto. Saldrás a la calle con los cuentos en una mochila de hadas, de una librería a la siguiente preguntando si lo quieren tener allí para vender. Te pillará una enorme granizada. Te resguardarás en un escaparate de la calle Uría, cerca de la plazuela de San Miguel. Sonreirás, porque todo se volverá blanco y estarás tú sola en la calle para verlo. Y ese será el principio.
Como te decía, te escribo desde una habitación de hotel. Que sea justo hoy, cuando tú también estás escribiendo ahí, diez años atrás, ha sido casualidad. No te he escrito antes porque he estado muy, muy liada. También venía con idea de hacerlo, pero al darme cuenta de la coincidencia de la fecha he decidido que no habría mejor momento. Estoy al lado de la Gran Vía, en Madrid. Mañana nos toca presentar nuestro último libro. El último de lo que ya empieza a ser un puñado majo, la cuarta presentación de una buena lista por todo el país.
Tu hija, tus hijos, tu pareja. Tu familia es increíble. No imaginas lo orgullosa que te sentirás de todos ellos dentro de diez años. Sé que crees que no puedes sentir más orgullo ni más amor, pero créeme cuando te digo que lo harás. Dentro de diez años mirarás a tu alrededor y no te podrás creer todo lo que habéis construido. Sí: sin dinero, sin padrino y sin red de seguridad. Y puede que ella, nuestra ninfa salvaje, nuestra reina de las hadas, sea irremediable y maravillosamente sensible, y que no puedas leerle en mucho tiempo la carta que le escribes hoy. Pero quedará todo: lo escrito y lo construido. Para ella. Para ellos. Cuando ya no podamos leer. Y cuando no estemos, ya.
No me voy a liar más, porque se me echa la hora encima y he quedado con unas amigas para cenar. Pero me alegra enormemente haber sacado este ratito para hablar contigo. Ya iba siendo hora, ¿verdad?
No sé si te voy a escribir dentro de un año. No lo sé, la verdad, así que no te prometo nada. Pero tengo que decirte una cosa: durante mucho tiempo estuve convencida, y lo sigo estando, de que todo el cambio empezó ahí. En ese momento, cuando parí, pariste, parimos a nuestra hija. En ese rincón de nuestro sofá azul. Cuando descubriste lo fuerte que puedes ser. Cuando decidiste que no te ibas a sentir pequeña nunca más.
Felicidades, antigua yo. Por todo.
Lo hemos conseguido.
Ya veremos adónde nos sigue llevando el camino.
