Artículos, Eventos

Cuando Alhaurín apareció en mi mapa

image4144

Puede que haya quien no lo sepa (yo no lo sabía hasta hace más bien poco), pero hay grandes diferencias entre el Cantábrico y el Mediterráneo. Una buena amiga de Castellón, cuando se vino a vivir a Asturias, dejó sus cosas a unos seguros tres metros de la orilla y se fue a dar un paseo. Cuando volvió, sólo había olas donde una vez estuvo su toalla. La marea se lo había llevado todo.

Los días de playa aquí (especialmente en las playas salvajes, entre rocas y acantilados) hay que planificarlos un poco, aunque sea mirando si la marea está alta o baja, porque puede suceder que si llegas y la marea está alta te encuentres que, sencillamente, no hay playa a la que ir.

Xivares. Ese rinconcito, salvaje y verde, a la orilla del Cantábrico, a un tiro de piedra de Gijón y de mi casa. Ese en que, cuando baja la marea, entre las rocas se forman enormes piscinas naturales, de agua templada al sol, ideales para ir con niños. Con mis niños. Todos los veranos, días y tardes felices, en la calma de un rincón al que no llega la cobertura del móvil, y que se hace virgen con cada nueva marea.

Quiso la casualidad que, en un mes de julio en que yo estaba particularmente cargada de trabajo, un martes me sintiera muy mala madre porque mi niño llevaba cinco días pidiéndome ir a la playa y mi respuesta, día tras día, era “mañana”. Y cuando llegué a decirle ese quinto “mañana”, esperando que él se enfadara conmigo por no cumplir –otra vez- mi palabra, me encontré a un niño que agachaba triste la cabeza y me decía “Vale, mamá, no te preocupes. Iremos mañana”. Con las mismas, y con mi culpable corazón encogido, agarré la bolsa de la playa sin mirar demasiado bien lo que llevaba dentro y, sin saber cómo estaría la marea, cogí a los niños y dije “Nos vamos ya, aunque sea para estar una hora”.

Al subir al coche, mi hija me preguntó si estaría muy fría el agua.

Cuando llegamos a Xivares, muy a mi pesar, la marea acababa de empezar a bajar… Y la playa era prácticamente inexistente. Para que nuestro lugar de siempre asomase bajo el mar quedaban al menos cuatro horas. No había, ciertamente, mucho sitio para elegir dónde hacer el campamento. Mis hijos se adelantaron, escogieron un lugar bonito, junto a una roca con un precioso fósil de lirio de mar incrustado en forma de estrella, cerca del riachuelo que baja a la playa.

fosil lirio de mar xivares

En cuestión de segundos, se quitaron la ropa, se fueron a jugar al río y yo me senté en la toalla a disfrutar contemplándolos mientras se llenaban de arena, agua y sol. Junto a nosotros, al otro lado de la roca del fósil, un grupo de adolescentes pasaba el rato, con la música puesta a todo volumen animando el ambiente. Les oí hablar y reírse a carcajadas. Era agradable, y giré la cabeza para mirarlos. Y la vi a ella: la chica del bañador verde. Ese día estuvimos en la playa una hora. Y, durante toda una hora, no pude dejar de verla.

Como me suele pasar, tardé varios días en poder sentarme a escribir todo eso que me rondaba la cabeza y que tenía que sacar. En una adolescente, preciosa y perfecta, vi una chica a la que su propia mente, su propia idea sobre sí misma no la estaba dejando disfrutar de la playa, ni de la música, ni del agua, ni del sol (¡con lo que nos escasea el sol en Asturias!). Y la vi a ella, y me vi a mí a su edad, y nos vi a muchas en algún momento de nuestra vida, y pensé “qué lástima que, para cuando nos aprendemos esa lección, ya estamos en otro capítulo”. ¿Qué estamos haciendo mal? El “quiérete a ti mismo” ha de ser uno de los mensajes más manidos y transmitidos de la historia. ¿Qué estamos haciendo mal para que aún no haya calado en la gente? ¿Por qué seguimos sin querernos? ¿Por qué un bañador verde nos sigue estropeando un día de sol, si todos, asturianos o no, tenemos los días contados?

Publiqué aquella carta, que dirigí a la Querida chica del bañador verde, pero en la que en realidad me hablaba a mí misma con dieciséis años, para  no olvidar lo aprendido: para transmitírselo a mi hija. A mi hijo. A alguien, quien fuera. Lo que no me imaginaba es que esa carta acabaría siendo del mundo. Y, entre cientos de miles de compartidos, comentarios, entrevistas y preguntas, recibo un día un mensaje de una chica de diecinueve años, tratándome de usted, contándome que es estudiante de cine, que no tiene medios, pero que le encantaría grabar un corto basado en el texto para compartirlo en YouTube. Así, sin más –ni menos- pretensiones, con toda la timidez y buena voluntad del mundo. Terminaba el mensaje pidiéndome perdón por las molestias. Y, qué queréis que os diga, en este mundo nuestro, encorbatado, encorsetado, pautado y monetizado, este mensaje fue un aire diferente. Como quien en un bosque monótonamente verde tiene el privilegio de ver el momento exacto en el que brota una nueva flor. Lo mínimo para mí, ante esta proposición, fue sentirme profundamente honrada de que una persona estuviera dispuesta a invertir esfuerzo, energía, trabajo y, sobre todo, tiempo en algo que originalmente había salido de mis manos. Porque el tiempo, estaréis de acuerdo conmigo, es algo que nunca recuperamos. Lo primero que le dije fue “Por favor, no me trates de usted, odio los formalismos” y, acto seguido, le dije que me encantaría ver ese corto hecho realidad. Y así fue como, por una serie de casualidades, Alhaurín de la Torre apareció en mi mapa.

Han sido, desde entonces, muchos meses de trabajo los que Mari Carmen Santana ha dedicado a este proyecto. La profesionalidad y cuidado que le ha puesto a todo, especialmente atendiendo a que aún es una estudiante, es algo que me ha dejado, sencillamente, estupefacta. No he encontrado en muchos profesionales consagrados el mimo al trabajo bien hecho y el respeto a la autoría que he encontrado en ella. No podría sentirme más orgullosa de haber dicho que sí a aquél mensaje, lleno de modestia y de ganas. Porque si hay algo que nos hace falta, que de verdad le hace falta a este país, a esta sociedad y a este planeta, es gente con ganas. La gente con medios no pelea ni la mitad de bien que la gente con ganas.

Encontrarme con un pueblo, una ciudad, un Ayuntamiento que valora eso, que quiere apoyar y dar fuerza a su juventud, que entiende que las ganas de hacer las cosas bien es lo que nos empuja, lo que nos hace crecer y lo que nos hace ser mejores es, sencillamente, abrumador. La belleza de contemplar a un gran grupo de personas, poniendo cada uno su perfecto grano de arena con el único propósito de crear juntos algo hermoso y, además, ser parte de ello, es sobrecogedoramente luminoso.

Finalmente, La chica del bañador verde ha aparecido en la pantalla grande en forma de cortometraje. El estreno fue un evento verdaderamente divertido y emocionante. Tanto Mari Carmen, directora de la cinta, como las actrices estaban radiantes y yo me hice un poco pequeñita ante tanta belleza junta. Ver las dos plantas de la sala llena y lágrimas asomando por doquier durante la proyección me embargó de una forma indescriptible. Y subir al escenario con mi hija pequeña, que ante tanta gente no quería separarse de mí, fue recibido por la gente con la misma naturalidad con que mi hija me pidió “tetita”, micrófono en mano, ante la risa cómplice y el aplauso de los asistentes. Sin duda, una tarde para el recuerdo.

WhatsApp Image 2017-03-18 at 10.12.18

No tengo palabras para agradecer a Alhaurín y a todos los alhaurinos la acogida que nos han brindado a mi familia y a mí, el cuidado que nos han prestado, el mimo, la atención, la creación y, sobre todo, el que hayan sido capaces, incluso cuando nos separa una distancia tan grande como la que hay entre el Mediterráneo y el Cantábrico, de hacerme sentir una parte importante de todo esto y de hacernos sentir como en nuestro hogar.

Alhaurín de la Torre, volveremos a vernos. Mientras tanto, siempre nos unirá el mar.

______

¡Gracias por compartir!
FacebookTwitterGoogle+

Comentarios