Gijón
Año 2147
Se detuvo en lo alto del Risco de las Gargantas y oteó el horizonte. La ciudad quedaba oculta bajo la nube de óxido y azufre, más allá de los cúmulos de escoria, sobre la tierra donde más de un siglo antes se había erigido, como un monstruo de metal, la acería que acabaría por envenenar el aire. Llenar los bolsillos de unos pocos a costa de la vida de todos.
Aún recordaba, en su infancia, haber visto resquicios de un cielo azul. Sus hijos solo conocían ese vapor anaranjado, permanente sobre sus cabezas. Se cubrió la nariz con la bufanda para protegerse de los vapores tóxicos y, escudriñando una vez más el camino, murmuró:
—Putabida, tete.