Somos las feministas que ellos quisieron tener.
Somos las feministas que crecieron queriendo jugar al fútbol, no porque les gustara el fútbol (que quizá también), sino porque era de chicos. Que querían coleccionar cromos, jugar a las chapas o pegarse puñetazos, porque eran cosas de chicos. Y es bueno ser un chico. Es mejor ser un chico que pegar como una chica, correr como una chica o llorar como una chica.
Ser mujer no era bastante para nosotras, espíritus luchadores, inconformistas. Y no nos quisimos conformar con ser mujeres, porque no era suficiente. Ser mujer es de débiles. Y nosotras, feministas, éramos fuertes como ellos.
Somos las feministas que quisieron ser iguales que ellos. Que quisieron ser igual de grandes, fuertes, influyentes, poderosas y respetadas que ellos. Que quisieron ser como ellos. Las que, para ser iguales que ellos, se convirtieron en ellos.
Tan iguales quisimos ser, que olvidamos ser nosotras.
Las feministas que renegaron del rosa, el maquillaje y los tacones. Que odiaron la purpurina y el brillo de labios. Que maldijeron sus reglas. Que durmieron sus ciclos.
Feministas que vieron en la amante madre a la sumisa esposa, y creyeron una vez que el camino correcto era ignorar sus maternidades y convertirse en padres.
Las que nunca criarían princesas, sino fuertes guerreras, como nosotras.
Somos las feministas a las que estafaron.
Las feministas que, en la pelea por tener lo mismo, perdieron lo que ya tenían. Las que, para demostrar que podían ser tan buenas como los hombres, renunciaron a ser mujeres.
Este es un mensaje para mi hija:
Eres libre.
Maravillosa y perfecta. Eres libre para ser la persona que eres: no tienes que esforzarte por ser nadie más. Ni hombre, ni mujer.
Eres libre para jugar al fútbol, a los coches y vestir de azul. Pero también para vivir la vida en rosa, para llenarla de purpurina y de unicornios arcoíris. Para pintarte las uñas y mirarte al espejo mil veces, si es lo que quieres hacer.
Eres libre para ser fuerte, para ser grande, para caminar. Y eres libre para ser débil, para sentirte pequeña y para detenerte.
Eres libre – que no se te olvide nunca – para ser feliz. Y eres libre para sentirte triste. Y para llorar. Como una mujer. Como un hombre. Como una persona. Para llorar fuerte, como tú lloras. Y para gritar tan alto como quieras a quien intente negarte ese derecho. Y para callar, si no te quedan fuerzas para gritar, también eres libre.
Eres libre para ser la mujer que TÚ quieras ser, y no la que espere nadie. Y sabe que, seas la mujer que seas, no podrías ser nadie mejor.
Eres libre para ser guerrera. Eres libre para ser princesa. Eres libre para ser todas las mujeres que quepan en ti. Porque lo que importa, cariño mío, no es si llevas botas de montaña o zapatos de tacón: lo importante es lo fuerte que eres capaz de pisar.
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