Soy la mujer de la mesa junto a la ventana. La que ha venido con un niño y una niña.
Mi hija hoy, al fin, ha recordado traer tizas de colores para pintar en ese trozo de pizarra que decora la esquina de la zona kid friendly.
Mi hijo ha venido a sentarse a mi lado, un poco ofendido por una disputa con otro niño. Es curioso cómo a veces nos obligamos a describir de nuevo nuestro mundo para responder a sus preguntas…
Él no suele interesarse por juegos violentos. No le gusta jugar a la guerra, y el único niño que hay hoy en la zona parecía empeñado en jugar a la guerra con él, hasta que mi hijo se ha rendido –literalmente- y ha decidido venir a merendar a mi lado. “Jugar a la guerra”, qué expresión tan dolientemente propia de quienes no son conscientes de a qué están jugando.
-Además quería que yo fuera el malo, mamá, y yo no quiero ser el malo.
-Lo entiendo – le dije, intentando que el orgullo tras mi sonrisa no fuera demasiado evidente, hasta que me espetó:
-Mamá, en una guerra, ¿cómo se sabe quiénes son los buenos y quiénes son los malos?
Y se me ha caído la sonrisa. He pensado un momento, que aunque sospecho no fue largo sin duda habría deseado que fuera más corto, y al final respondí:
-¿Te cuento un secreto, Hugo? En las guerras no hay buenos y malos: todos creen que son los buenos. Lo que pasa es que la historia siempre la cuentan los que ganan. Y siempre dicen que los malos eran los otros.
Ha perdido los ojos a través del cristal, con esa mirada que he aprendido a reconocer y que delata que está buscando una metáfora en la que explicar lo que yo acabo de contarle. Así que he decidido acompañarle en el viaje:
-¿Recuerdas la peli que vimos el otro día? ¿La de Perseo?
-Sí.
-Y recuerdas a Medusa, ¿verdad?
La pregunta era totalmente intencionada, porque desde entonces le ha empezado a interesar la mitología y sabe (y yo sé que sabe) perfectamente quién es Medusa.
-Sí, claro –me ha contestado, tal como yo esperaba.
-Y Medusa, ¿tú crees que era buena o mala?
-Mala.
-¿Mala? ¿Mala por qué?
-¡Porque convertía a la gente en piedra!
-¿Y por qué convertía a la gente en piedra?
-¡Pues porque era mala!
-¿Así que era mala porque convertía a la gente en piedra y convertía a la gente en piedra porque era mala?
He sonreído, y al momento mi hijo ha sonreído conmigo, dándose cuenta de que a este razonamiento de Perogrullo le flojeaban las piernas.
-¿Recuerdas la historia de Medusa? –pregunté. Él negó con la cabeza, y yo seguí: – Hay muchas historias sobre Medusa. Una de ellas cuenta que Medusa era una mujer joven muy, muy hermosa. La más bella de todas. Era tan bella que Poseidón, el dios del mar, quiso tener sexo con ella y, como ella no accedió a los deseos de él, Poseidón la violó, la obligó a tener sexo con él -en este punto mi hijo soltó su chocolate sobre la mesa y concentró en la historia toda su atención-. Medusa corrió a pedir ayuda a la diosa Atenea, y Atenea, como respuesta, hizo que todo aquel que volviera a mirar al rostro de Medusa se convirtiera en piedra. Hay quien dice que Atenea hizo eso porque estaba celosa de la belleza de Medusa, pero yo tengo mis dudas… La cuestión es que Medusa se recluyó a vivir en una cueva, donde sus poderes no podían hacer daño, y se quedó allí, sola, sin molestar a nadie. Hasta que Perseo entró en la cueva con intención de cortarle la cabeza y, según vimos en la peli, Medusa convirtió en piedra a todos los que iban con Perseo.
Así que tenemos a una mujer a la que han violado, que ha ido a pedir ayuda y como respuesta le han echado una maldición, que se ha ido a vivir sola a una cueva, lejos de todo el mundo, que no ha salido de su cueva para atacar a nadie y a quien lo único que le quedaba en el mundo era su propia existencia. Y luego tenemos a un grupo de hombres que entra de pronto, armado, invadiendo el hogar de Medusa para matarla y llevarse su cabeza. Si tú hubieras sido Medusa… ¿No habrías intentado defenderte? ¿No habrías intentado conservar la vida?
Mi hijo ha abierto mucho los ojos, como él hace cuando comprende más allá de lo que se ve, y con los labios entreabiertos ha asentido.
-Y ahora, ¿crees que Medusa era mala?
-No.
-¿Y Perseo? ¿Era malo?
Ha dudado un momento, y luego ha reflexionado:
-Bueno, no estuvo bien que fuera a matar a Medusa… Pero él lo hacía porque quería salvar a la gente… No sé, igual tenía que haber pensado otra forma de matar al Kraken…
-Exacto. Ninguno era malo, Hugo. Perseo tenía buenas razones. Pero que Perseo tuviera buenas razones no significa que Medusa fuera mala. En la historia de Medusa, el malo es Perseo. Pero la gente cree que Medusa era mala, porque fue Perseo quien contó la historia. Con las guerras pasa igual. ¿Lo entiendes?
Y creo que ha entendido. No sé por cuánto tiempo, pero ha entendido. Sin dejar de asentir, se ha terminado el chocolate de un trago y, acto seguido, se ha ido corriendo con su hermana, que lo llamaba.
Y yo me quedo aquí, mirándolos a ellos y mirando al niño de antes, que ahora junto a otros dos está “jugando a la guerra”, y se me encoge un poquito el corazón, porque aquí tres niños juegan a la guerra y miles de ellos, en otro lugar, no tienen una pizarra en la pared, ni unas tizas con que pintar las paredes… Ni quizá paredes ya. Porque un montón de hombres buenos no son capaces de pensar en otra forma de matar al puto Kraken.
Y mientras tanto aquí, en este lugar kid friendly, donde la vida es color pastel, existen buenos y malos. Y la guerra es solo un juego.