Esta semana pasada ha sido una de esas que tiene “demasiadas” cosas, que despierta demasiadas emociones encontradas. De estas que te recuerdan que quiere el karma que para que pueda existir un equilibrio ha de existir forzosamente una dualidad.
Resumiendo mucho, hay dos tipos de personas en el mundo:
Por un lado están las Candelas.
Como ya adelanta su nombre, las Candelas son esas pequeñas luces que iluminan nuestro mundo, que te contagian de brillo y calor. Esas que son capaces de coger algo pequeño y bonito, ponerle buena voluntad y cariño y convertirlo en algo absolutamente extraordinario. Que aún confían en que el mundo es bueno, a pesar de todo; en que las personas somos buenas, a pesar de todo; en que podemos –y queremos- hacerlo mejor.
Las Candelas son esas personas que no sólo iluminan sino que nos recuerdan que tenemos nuestra propia luz, y nos salvan así de la oscuridad: de la del mundo y de la nuestra, que, como sabéis, es la más peligrosa porque puede llegar a devorarnos desde dentro.
Las Candelas son todo lo bueno que una persona puede ser. Son la razón misma de nuestra existencia como especie. Si sobrevivimos, es gracias a las Candelas.
Y luego están los Manolos. Qué decir de ellos.
Los Manolos son esas personas que, tal vez desde cierto punto, quizá deberían despertar nuestra compasión, porque en algún momento esa oscuridad los llegó a devorar, y ahora son un pozo negro de donde no puede salir nada bueno y en el que todo lo que cae se vuelve oscuro como ellos. Un pozo donde si hay algún resto de lo que nos hace buenos está tan hundido entre la mierda que es imposible de rescatar.
Los Manolos son esas personas ponzoñosas, que son capaces de coger algo que debería despertar nuestros más nobles sentimientos y convertirlo en un saco de su propia ponzoña. Que en una especie de nihilismo darwiniano del siglo XXI tienen los huevazos de decir que hay personas que son asesinadas porque se lo buscan, y se quedan tan tranquilos.
Los Manolos son esas personas que no tienen ni idea de nada: ni de sentimientos, ni de caídas, ni de luchas, ni de moral, ni de nada y que, a la gente normal, les despierta repulsa y, al final y con los años, acaban haciendo que perdamos fe en la humanidad, extendiendo así sus dedos ponzoñosos por el planeta y contagiándonos triunfales su oscuridad. Porque eso es, finalmente, lo que buscan, lo que NECESITAN, los Manolos: que los demás seamos tan miserables como ellos. Si nos extinguimos, si nuestra especie merece desaparecer, es por culpa de los Manolos.
Que sí, que dicen las leyes del karma que tiene que haber dualidad para que haya equilibrio, pero es que hay veces que te quedas pensando… “Joder, pues a mí esta gente me sobra”.
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