Relatos

Cuando perdemos

Cuando perdemos

Soy la mujer sentada bajo el castaño. La que ha venido con un niño y una niña. Confieso que no suele gustarme venir al parque, pero el otoño es diferente. Me encanta envolverme en sus contrastes tranquilos. En el rojo y el gris. En el naranja y azul. En el olor a hojas secas y tierra mojada. Me transporta a algún lugar y, aunque no tengo claro a dónde, sé que es un lugar donde me siento en paz. Qué puedo decir. Nací en noviembre. Soy una hija del otoño.

Mis hijos juegan cerca, y yo me disponía a abrir un libro cuando una caricia me ha llamado por mi nombre: una hoja, en su caída libre, ha tropezado con mi pelo, para seguir luego su viaje hasta la lejana hierba, junto a mis pies. Con una sonrisa tranquila la he recogido del suelo, como quien recoge una postal del aparador en el día de su cumpleaños: un regalo previsible, pero recibido con alegría. La he sostenido por el tallo, he saboreado sus colores despacio y, al abrir mi libro para guardarla, me he percatado de que no había más hojas alrededor. He mirado hacia arriba, hacia las ramas del castaño, y las he visto plenas, aún. Llenas de vida y baile al son del viento. Yo he perdido mis ojos en sus hojas, en las naranjas y rojas, y lentamente he respirado su música. Ahí: justo ahí está mi paz.

Pero entonces un llanto, un lamento húmedo y roto, me ha bajado de las ramas. Una niña, frente a mí, llora con el alma. Llora como si no tuviera otro propósito en la vida que el de llorar. Llora y llora mucho. Llora mucho y muy sentido. Llora porque ha perdido algo. Y debía ser muy importante para ella, a juzgar por cómo llora.

Su madre se ha acercado a ella y ha querido consolarla. “No hay que llorar”, le ha dicho. Y las observo contrariada, porque tal vez sea así como aprendemos que llorar está mal. Y, después, no solo lloramos con pena, sino que lloramos a medias y lloramos con culpa, porque nos han dicho que no hay que llorar. Aunque creo que entiendo lo que quiere decir: creo que quiere decirle que lo que ha perdido no merece sentir tanta pena. Y lo cierto es que no sé si tiene razón pero, si yo pudiera decirle algo a esa niña, no le diría que no hay que llorar.

Mi niña que llora, si pudiera decirte algo, te diría que entiendo tu tristeza. Que perder duele y que llorar es bueno, porque las lágrimas arrastran el dolor hacia afuera. Y el dolor que no sale fuera cae por dentro, y hace daño en el corazón. Y, a veces, ese daño es irreparable, así que llora. Cuanto tengas que llorar, llora. Cada vez que te duela, llora. Llora hasta que deje de doler. Llora hasta que dejes de llorar.

Dolerá mucho, ¿sabes? Y ya sé que ahora te duele, pero mañana será peor. Porque tú te despertarás en un mundo dolorosa e inquietantemente parecido al que conocías ayer, pero ya no lo es, porque tú has perdido algo importante. Y ahora tendrás que habitar en ese mundo con tu pérdida, con ese enorme vacío que ahora camina junto a ti, invisible para el resto. Y tendrás que desayunar, vestirte e ir al colegio. Tendrás que hablar con tus compañeros, profesores, padres y amigos. Tendrás que bañarte, lavarte el pelo, lavarte los dientes… Y así la vida, implacable, te arrastrará, como arrastraría el viento la hoja que guardo si abriera mi libro en par. La vida seguirá, mi niña que llora, y no podrás hacer nada para impedir que te lleve.

Pero tranquila: te prometo que pasará. Sé que ahora no me puedes creer, pero te prometo que, un día, de repente pondrán una canción que te gusta en la radio y la cantarás a gritos, de nuevo, ajena a todo lo demás. Un día verás algo gracioso y volverás a reír a carcajadas. Un día irás a la cama por la noche y te darás cuenta, de pronto, de que ese día no has llorado. Y puede que incluso te sientas un poco culpable por ello, pero también pensarás que la vida puede seguir, a pesar de todo. Entonces alzarás la cabeza, abrirás los brazos, respirarás hondo y así, poco a poco, dejarás de ser arrastrada por el viento, y volverás a volar.

Mi niña que llora, entiendo tu tristeza. Todos perdemos alguna vez. Este árbol acaba de perder una hoja. La primera de muchas. La primera de todas… Yo también he perdido cosas. ¡Una vez perdí un poni rosa y lo encontré en lo alto de un armario, dos años después! Fue genial pero, no voy a engañarte, eso no suele suceder. He perdido juguetes y libros. He perdido amores y amigos. Hace muchos años perdí a un hermano. Y, hace solo unos días, perdí a mi padre. Yo también me siento triste. También tengo que aprender a habitar en un mundo en el que falta algo que me importaba mucho; a caminar junto a ese vacío que me sigue a todas partes, solo un par de pasos por detrás, y que me alcanza cada vez que me detengo.

Algún día, mi niña que llora, te lo prometo, las dos volveremos a cantar con la radio, a reír con las bromas, a volar con la vida. Pero tranquila, mi niña que llora, que no tiene porqué ser hoy. Hoy, si tú quieres, podemos llorar las dos.

Transparencia 200x200

¡Gracias por compartir!
FacebookTwitterGoogle+

Comentarios