Cada investigador de la historia –de ficción al menos-, desde Sherlock Holmes al más moderno CSI. Todos sin excepción, alguna vez, han estudiado o intentado dar con el perfil del asesino. Porque si puedes reconocer un perfil en el asesino, puedes encontrarlo. Y no sólo al que buscas, sino que, con suerte, podrás reconocer a los que vendrán después.
Yo hoy he visto el perfil de un asesino confeso. Porque por muy celosos que sean los periódicos en guardar su nombre completo, en la televisión lo han puesto para que todos pudiéramos tomárnoslo con el café. Rubén Maño Simón, el joven que dice haber matado a la chica de Chella. De ser cierto, el monstruo que sorbió la vida de una joven de quince años, después de atravesar su cuerpo contra su voluntad. Y ese monstruo, como casi todo el mundo, tiene un perfil. En Facebook.
Halloween. Brujas, fantasmas, murciélagos, calaveras y calabazas. Nada da tanto miedo como mirar a través de la ventana y ver a retales la vida de alguien que acaba de violar y matar.
Más de mil contactos. Fotos con amigos, con amigas, con perros, de fiesta, con besos… Fotos normales. De un chico normal. De un chico cualquiera. Cualquiera.
Un chico guapete. Ya sabéis: de esos que no necesitan violar porque son guapos. Quizá de esos que son tan guapos que no entienden que alguien no quiera tener la suerte de estar con ellos. Quizá de esos hombres que no entienden que una mujer pueda no atender sus deseos.
El día antes de matarla se sentía genial. Los monstruos sienten. Los monstruos son felices.
A las once de la mañana del mismo día que la mató se sentía pensativo. Los monstruos sienten. Los monstruos piensan.
Encuentro una publicación que me lleva al perfil de ella, de Vanessa. Quince años, joder. Fotos alegres, con amigas, con su madre. Joder, su madre… Se me encoge el alma. Su madre también tiene un perfil. Cambió su foto una semana antes de perder a su hija. Aparece sonriendo, preciosa, junto a tres mujeres. Recuerdo de repente haber mirado el perfil de una mujer, hace unos meses, amiga de una amiga: un día cambió la foto de su perfil, puso una preciosa, en la playa. Al día siguiente se mató en un accidente de moto. Quién le iba a decir, aquel día en la playa, que sería el último. Qué habría hecho, de haberlo sabido… Qué haría yo, si lo pudiera saber… Qué terrible es el Facebook, que nos trae la realidad a hostias.
Vuelvo a centrarme en el perfil de la madre. Cualquiera podría ser ella la semana que viene. Mañana. Hoy.
Vuelvo al perfil de Vanessa. Ellas se van y los perfiles quedan, llenándose de mensajes de condolencias. De la vida no es justa. De te echaremos de menos. Menuda mierda.
Vuelvo al perfil del asesino confeso. Lo tengo delante. Lo estoy mirando. Ese es el perfil de un monstruo.
Y vuelvo a mirarlo. Pienso en su madre. Joder, su madre… Paso por alto todos los mensajes de odio que llenan ahora su timeline, buscando algo que levante alarmas, que dé pistas. Nada. Es un chico guapo, con amigos, con animales, con besos, con sonrisas y alegría. Con vida. Un chico normal. Un chico cualquiera. Literalmente: cualquiera.
Y pienso en mi hijo pero, sobre todo, en mi hija. No puedo evitarlo. En los amigos que tendrán dentro de unos años. En los conocidos. En los conocidos de conocidos que podrán rondar sus vidas. En los cientos o miles de chicos (y chicas) cualesquiera que tendrán cerca, de alguna forma, en algún momento. En que entre todos ellos tal vez se esconda un monstruo. Y no lo podremos reconocer. No lo podré reconocer. No los podré proteger. Porque el perfil de un monstruo podría ser el de cualquiera.
Y eso sí. Eso sí que da miedo.
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Foto: portada del álbum «Cómo reconocer a un monstruo», de Gustavo Roldán.