Hoy no voy a reflexionar.
Yo iba con mis dos hijos en coche. Un chico, uno cualquiera…
Un chico que podría ser tu hermano, que podría ser tu amigo, que podría ser tu hijo, o que incluso podrías ser tú, se saltó un ceda el paso.
Creo que ni siquiera miró para salir: simplemente tiró para adelante como si estuviera solo en la carretera. Como si estuviera solo en el mundo. Como un asno apaleado, más asno que apaleado.
Le pité para que frenara.
Volanteé para no estrellarme.
Y ese chico se cruzó delante cortándome el paso, se asomó a la ventanilla abierta de su furgoneta de reparto y me gritó «PUTA».
No me llamó gilipollas, imbécil o inútil. No. Me llamó “puta”.
Él cometió una infracción. Él casi provoca un accidente. Él casi se estrella contra un coche con niños. Pero para él la falta la cometí yo. Y me llamó «puta». Delante de mis hijos.
Mi hijo de cinco años me preguntó qué me había dicho y por qué me gritaba ese chico. Y yo, que me dedico a la palabra, enmudecí.
Hoy no voy a reflexionar, pero…
Siete mil millones de personas, somos.
Nada que añadir.
Publicación original para Facebook. 18/07/2016