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Sobre el odio

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Ayer por la tarde, unos amigos vinieron a vernos a nuestro lugar de vacaciones. Salieron de su casa a las cuatro y media de la tarde. Justo veinte minutos después, a las cinco menos diez, ellos estaban en plena carretera, yo preparaba fruta para la merienda y mis hijos preguntaban nerviosos cuánto tiempo faltaba para que llegaran. En ese mismo instante, una furgoneta asaltaba la Rambla de Barcelona, llevándose en su locura la vida de trece personas y sembrando un centenar de heridos en la calle.

Llegaron a las cinco. Nos dimos besos, abrazos y risas. Un baño en la piscina. Nos fuimos a merendar. Los niños jugaban, Paloma y yo hablábamos de mil cosas, todas a la vez. Mi hombre, en casa, a trescientos kilómetros de nosotros, me llamó por teléfono sobre las seis:

-¿Te has enterado?

-¿De qué?

-Ha habido un atentado…

Nos quedamos paradas. Es terrible. ¿Cuántos muertos, dice? Trece. En twitter ponen que dos. Ve a saber. No, no, son trece. Qué horror.

Qué horror.

Estuvimos un rato en silencio. Seguimos merendando. Recuperamos la conversación. Nos lo comimos todo: la fruta, el embutido, la tarta de manzana. Volvimos a la piscina a darnos otro baño. Luego nos tomamos algo en la terraza del bar. Seguimos hablando. Más risas. A las diez nos despedimos, igual que cinco horas antes, con besos y abrazos.

Y así, el mundo, siguió girando. Porque siempre lo ha hecho. A pesar del dolor, de la injusticia, del miedo, el muy condenado sigue girando, y la vida avanza con su giro.

No se paró cuando murió la abuela de mis hijos, ni mi abuela, ni mi hermano. No se parará cuando nos vayamos nosotros, tampoco. Nunca lo hace. No importa cuántas familias desgarradas habiten el planeta, no importa cuánto duela, no importa nada: nunca lo hará.

Y ellos lo saben.

Saben que no pueden parar el mundo, y por eso no lo pretenden. Lo que pretenden, lo que buscan, es sembrar odio. Y lo terrible, lo que verdaderamente da miedo, es que lo están consiguiendo. Los muy cabrones, lo están haciendo.

Nos están rompiendo por dentro. Nos dividen. Nos enfrentan. Y no, no hablo de «europeos contra musulmanes», hablo de personas contra personas. El único arma capaz de dominar al ser humano con más eficacia que el dinero es el miedo.

Y ellos lo saben.

Y lo utilizan. Usan el miedo para que nuestras defensas salten al nivel del odio. Quieren que nos odiemos. Que nos escupamos. Que estalle una guerra sobre la que alzarse como soberanos de su propia miseria. Quieren muchas cosas, pero no pueden hacer nada. No si no se lo permitimos. Porque sólo nosotros somos dueños de lo que sentimos. No ellos: nosotros.

No podemos decidir sentir miedo o no, pero sí podemos decidir odiar o no. Y, cada vez que odiamos, ellos ganan otra batalla.

Cada vez que alguien dice «putos moros», ellos ganan. Cada vez que se recela de una persona sólo por ser musulmana, ellos ganan. Cada vez que en un colegio dan de lado al niño musulmán porque sus compañeros han oído que es malo, ellos ganan. Cada vez que olvidamos que unas vidas no valen más que otras, que todos somos iguales ante el terror. Cada vez que nos separamos, ellos ganan.

A por ellos, sin piedad, pero si combatimos su odio con odio, estamos condenados al fracaso. Porque el odio es su territorio, y nos llevan ventaja. Usemos la compasión y el amor. Hacia las familias rotas, hacia nuestras familias, hacia la humanidad: usemos la unión para hacernos más fuertes.

Sembrarán muerte, y sembrarán miedo, pero mientras no les permitamos sembrar el odio, aún podremos ganar. Porque el único arma capaz de proteger al ser humano mejor que el miedo, es la fraternidad.

Anoche me dormí abrazada a mis hijos, dando gracias por tener otro día a su lado. Por poder olerles el pelo, por poder sujetar sus manitas entre mis dedos. Por poder besar sus frentes cálidas una vez más. Y sintiendo esa bofetada en la cara que se siente cada vez que te das cuenta de que no los puedes proteger de todo.

Pero no lo vais a hacer: no conseguiréis que viva con odio y con miedo. No conseguiréis que los eduque a ellos con odio y con miedo. No los besaré, cada noche, con odio y con miedo, no. Los besaré con amor. Los educaré en el amor.

Os habéis llevado a cinco niños. Os los habéis llevado porque no los encerraron en las fronteras del miedo. Porque los educaron en la libertad. Os los habéis llevado porque eran libres.

Ellos han perdido la vida. Pero la partida, vosotros, no la vais a ganar.

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