Hola, papá.
Creía que este año ya no. Que ya no había carta. No me sentía inspirada. No quería contarte nada. Imaginé que había cerrado un ciclo y que no necesitaba seguir despidiéndome de ti de esa extraña manera en la que, cada año, te escribo una carta de despedida, o tal vez solo de buenas noches. Porque hace un mes se cumplieron ya cuatro años. ¿Te lo puedes creer?
Supuse que, quizás, finalmente el dolor había desaparecido, o que me había acostumbrado a convivir con él y con el vacío tras de ti. Que había, al fin, asumido que no estás. Así que no. Nada de carta esta vez.
Pero sucedió que, el otro día, iba a buscar a los niños al colegio, e iba conduciendo, y de pronto me encontré a solas con mis pensamientos y, sin más me vine abajo, y empecé a llorar. Y me di cuenta entonces de que a lo mejor no te escribía, no porque ya no hubiera dolor o porque hubiera al fin aprendido a convivir con él, sino porque he aprendido a fingir que no está, y no quería escribirte una carta para no tener que mirarlo a la cara. Pero ya ves: si no lo dejo salir, él viene por su cuenta a por mí. Así que aquí estoy. Mostrándole mis respetos. Al dolor. A la muerte. A ti. Yo qué sé.
Leer artículo completo