Relatos

Hola, Papá

papá y yo

Se acerca el día.

Es una mierda, ¿sabes? El sábado serán dos años y aquí estamos, empeñándonos en estar tristes porque la fecha lo manda. Pero ya sabes cómo va esto: tú vas organizando tu calendario, y luego la vida hace lo que sale de los huevos, te venga bien o mal. Así que este sábado debería estar triste, pero no sé si lo estaré, porque el viernes voy a hacer una firma de libros en la librería de Rafa. ¡Porque he publicado otro libro, ¿sabes?! Este es de humor. La gente me está enviando mensajes dándome las gracias por las risas y es… Jo, es genial, papá. Saber que aportas un poco de alegría a la vida de alguien. Digo muchos tacos, todos los que a ti no te gustaban. Seguro que también te reirías un montón.

Por cierto, hablando de novedades… Espero que tengas sitio en el pecho. Qué tontería, si sitio en el pecho es lo que te ha sobrado siempre… Bueno, pero eso: que tienes que hacer sitio para colgarte otra medalla, que ya llevas nueve. Pero eso mejor háblalo con Caco, que seguro que él te lo contará mejor que yo.

Voy escribiendo un poco a retales porque, ya sabes, los niños, el bebé… Ahora mismo lo tengo en la teta. Seguro que esto nos habría costado alguna riña, porque aquí el enano a sus catorce meses se niega a comer y sigue exclusivamente con teta. Pero vamos: crece, engorda, está sano y el pediatra dice que podemos esperar y seguir controlando. Además, últimamente parece que se va animando a meterse alguna cosa en la boca, así que ya veremos. Te recuerdo que tú tuviste un hijo que tardó cinco años en comer y ahora mide dos metros, así que déjame en paz, jolín.

Hugo te recuerda. Aunque casi no habla de ti, de vez en cuando comenta tal o cual cosa que recuerda haber hecho contigo, y lo cuenta con alegría. Menos cuando recordamos, el pasado mes de julio, que un año más no compartiríamos contigo la tarta de tu cumpleaños. Aine aún dice a veces que te echa de menos, aunque ya es capaz de hablar de ti sin llorar, y eso es bueno. Queda la alegría, papá. Queda lo bueno y la suerte de haberte tenido.

Te pienso mucho. Diría que a diario aunque, ya sabes, la rutina atropella y diría que hay días que no me paro ni a pensar mi nombre. Y a veces, sobre todo estos días, de vez en cuando me vienen a la mente aquellos momentos en el hospital, un poco más desdibujados que el año pasado. Se me solapan los recuerdos y hay cosas que no acierto a decidir si fueron antes o después. Aunque hay cosas que siguen ahí, nítidas como tus ojos y tu voz. Y también como tu risa. El día que te dieron lentejas para comer; el capuccino de avellana de la máquina; mi silueta reflejada en el pasillo gris de enfrente; la radio que no supe sintonizar para que te hiciera compañía; tus sorbitos de agua porque notabas la boca seca; el apretón de manos flojito del cirujano que te operó; la papelera donde tiré el puto táper de lentejas; el olor de tu frente; tu mano lanzándome besos la última vez que me despedí de ti; la camiseta que llevaba puesta cuando nos dijeron que no despertarías más. Y me sigue sucediendo, estos días sobre todo, que me encuentro pensando en ti y me obligo a pensar en otra cosa que me distraiga, porque son unos días intensos y alegres y no quiero ponerme de bajón a llorar. Y luego me siento culpable por echarte de mi cabeza. Puta culpa, joder, qué bien nos han enseñado a sentirnos culpables por todo.

Pero, ¿sabes qué? Que sí que te pienso. Pero te pienso alegre. Nos imagino hablando sobre el libro, riéndonos de todos los tacos que no te gustan. Te imagino mirándome con esa cara tuya de no entender estos tiempos, acelerados y locos, y de no creerte que vaya a ir a firmar libros a la Gran Vía de Madrid. Aunque, si te digo la verdad, a veces yo tampoco me lo creo del todo.

¿Recuerdas esas botellas de vino que te traje de Cariñena, el verano que me fui con los niños a Teruel? Antes de regalártelas, cuando estuviste ingresado aquel verano, te lamentabas de haber dejado una botella de buen vino sin abrir, esperando una ocasión especial, y dijiste que no lo harías más, que lamentarías morirte sin habértelo bebido. Luego yo te regalé los Cariñenas… Y poco después te dio el infarto y ahí se quedaron, sin abrir. Pues que sepas que he tardado dos años pero he decidido no esperar más: he abierto una de las botellas y me he bebido un vaso a tu salud. Sabe a hostias. No me gusta el vino, lo siento. Lo usaré para cocinar, aunque te enfades. Pero, ¡eh!, hay también una botella de rosado que he metido en la nevera. Seguro que ese me gusta más. Ya te lo contaré. Pero que sepas que no voy a esperar a un día especial, porque lo especial es el vino, porque es el tuyo. El nuestro. El que nunca tendría que haber quedado sin abrir.

Creo que lo voy a dejar aquí, papá. Aine está en el baño y pide ayuda. Sé que no es una imagen bonita, yo había pensado cerrar con algo emotivo, pero… La vida, ya sabes, que tú haces planes y ella hace lo que le sale de los huevos.

Te quiero, papá.

Hasta mañana.

Transparencia 200x200

 

¡Gracias por compartir!
FacebookTwitterGoogle+

Comentarios