A que no adivinas lo que tengo en brazos. Tengo un bebé, papá. Has tenido otro nieto. Otra medalla al pecho. Tu octava medalla.
No, papá, no: no hemos ido a buscarlo. Ya, papá, ya: ya sé que está la cosa fatal. Sí, papá, sí: apetece comerlo.
Tiene la tez morena, los ojos redondos y oscuros… Y es un alma de verano, igual que tú. Se parece un poco a ti, ¿sabes? A veces, cuando se pone serio. Y cuando se ríe y se le ponen los ojos pequeños y se le llena la cara de arruguitas. A veces me pregunto si tendrá tu genio. A veces me pregunto si tú, de bebé, serías como él.
Llevo tiempo pensando en escribirte esta carta. Hace un año, ¿sabes? Hace un año que me lo dijeron y, no te lo vas a creer, no me acuerdo quién ni cómo. No recuerdo si fue primero Lizher o fue Juanjo, si fue por whatsapp o me llamaron. Pero sí que recuerdo cuánto me enfadé contigo.
Me dijeron que estabas en el hospital. Que no sabían qué te pasaba, y que te trasladaban. Me enfadé tanto, tanto contigo, paisano cabezón, orgulloso sabelotodo. Te pedí tanto, tanto que fueras al médico… “Papá, ya sé que eres adulto y que sabes lo que haces, pero entiende que me preocupe. Por favor, no te cuesta nada, ve al médico y que te miren. Hazlo por mí”. “Sí, nena, sí, mañana. Hala, hastalueguín”. Y así hasta el infinito. Y, si insistía, te enfadabas. Que te tratábamos de inútil, decías. Que si creíamos que estabas ya senil. Te recuerdo ahora, en el hospital: “Y yo pensando que era gripe, joder, y mira qué avería…”
Me estremezco cada vez que lo recuerdo, papi, y me apetece llorar porque no sé si, cuando decías aquello, lo veías venir. Y si creo que lo veías venir, me duele. Y si creo que no, me duele también.
Nos hiciste prometer que no iríamos antes de la operación, porque era muy temprano. Que ya nos verías a mediodía, después de que te operaran. Te lo prometimos. Pero… Fuimos, papá. Y no te voy a pedir perdón por romper esa promesa. No dejamos que nos vieras, pero estuvimos ahí desde primera hora de la mañana, y esperamos hasta que el cirujano vino a contarnos cómo había ido todo. El día antes de la operación nos despedimos con un “hasta mañana”. Tengo tu imagen grabada tirándome muchos besos. Y no te volví a ver despertar.
Todos esos días tuvieron una banda sonora para mí. No dejaba de cantar Hallelujah de Leonard Cohen. Te lo canté mientras dormías, aunque no sé si llegaste a oírme. También te besé la frente, cada vez. Y las manos. Tus enormes manos, que tan protegida me hacían sentir de pequeña. A punto estuve de cantártelo en el funeral, pero Juanjo pensó que era demasiado, así que leí. Te leí ‘Por si mañana no estoy’. Aún no sé cómo conseguí recitarlo sin derrumbarme. Y ahora soy incapaz de recordarlo sin hacerlo.
¿Sabes por qué te cuento todo esto, papá? Porque me ayuda a llorar. Porque los días se me amontonan, y a veces me descubro pensando en ti y me entran ganas de llorar y no puedo parar el reloj para llorarte, así que me obligo a pensar en otra cosa. Pero no me gusta no pensarte por no llorar, así que esta mi forma de hacerlo: te escribo, porque es lo que sé hacer y porque sé que a ti te gustaba leerme. Te escribo. Te pienso. Y te lloro.
Y ¿sabes de qué me siento feliz? De haberme despedido siempre de ti con un abrazo y un te quiero. No me ha quedado nada por decirte. Me guardo todos tus abrazos, y el olor de tus mejillas a medio afeitar.
Aine te echa de menos, ¿sabes? A veces me la encuentro llorando y, cuando le pregunto qué le pasa, me dice que te echa de menos. El otro día mientras comíamos se rio tanto que lloraba y le dolía la barriga, y cuando recobró el aliento dijo, de repente, que ojalá estuvieras aquí para ver cuánto es capaz de reírse. Entonces le dije que hay quien cree que, cuando una persona se muere, después puede verlo todo.
-¿Y eso es verdad, mamá? ¿Abuelito me ha visto reírme?
-¿A ti te gustaría que fuera verdad?
-Sí.
-Pues entonces, piensa que es verdad.
Que no te parezca mal: le dije lo mismo cuando me preguntó si existen las sirenas.
Hugo, ya sabes, es más práctico. Muy sentido, sí. Te lloró mucho, mucho cuando te fuiste, y clamó al cielo que la vida es injusta. Aunque se le hace difícil entender cómo se puede llorar después de un año entero. Hace poco acusó a su hermana de mentir por decir que lloraba por ti… Y a Aine le dolió tanto que le respondió con un insulto muy gordo. Tranquilo: Hugo la ha perdonado, sabe que es pequeña para controlar tanta intensidad.
Hoy, temprano, me crucé con una UVI móvil con la sirena encendida. Me dio un vuelco el corazón. Siempre, desde que te fuiste, que me cruzo con una, me estremezco y vuelvo a aquella noche, cuando nosotros perseguimos a la que te llevaba a ti. Nunca olvidaré la incertidumbre, los minutos interminables y, sin embargo, tan cortos. Los pasillos del hospital, vacíos de madrugada. Mi imagen rota en el espejo. El olor del capuccino de avellana. Ni el día que te dije que en la cafetería estaban dando de comer coliflor gratinada, que nos encanta a los dos. Las botellas de Cariñena que no llegaste a abrir. El táper de lentejas que te dejé en la nevera, y tiré enmohecido en una papelera, lejos, porque no lo quería ver. Nunca olvidaré la mariposa negra en el techo de la cocina, ni el jabato que me salió al paso en la carretera. Pero luego me obligo a pensar en otra cosa, porque es peligroso llorar y conducir.
Se llama Leonardo, papá. Y, de segundo, le hemos puesto tu nombre. Me pregunto si me encontraré algún día llamándole Letoni. Seguro que te encantaría. Seguro que tú lo harías. Antes pensaba que era una idiotez macabra y anticuada ponerle a un bebé el nombre de un muerto. Ahora me parece un enorme regalo darle a una persona que nace el nombre de alguien a quien se ha amado tanto.
Está llorando, papá, y tengo que ir a hacer la cena. Y el reloj, otra vez, me dice que calle. Que ya lloraré después. Y es verdad, papá, porque ¿sabes qué? Que tengo una vida entera para llorarte, porque una vida entera te echaré de menos. Aunque dolerá un poquito menos, cada vez.
Te quiero, papá.
Hasta mañana.
Imagen destacada: ‘Abuelito, mamá, el bebé y yo’. #byAine 30/11/2017