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Las buenas madres NO DAN TETA

Las buenas madres no dan teta

Compartí hace poco un post sobre “esos niños que NO NECESITAN teta”. Para resumir, sobre la lactancia materna, de esa que dura incluso cuando el niño ya tiene dientes, come otras cosas, camina, corre y es capaz de venir a pedírtela a gritos. De esa lactancia que va más allá del año, o de los dos, o de los cinco o los que sean, y que al grueso del mundo le parece algo grotesco y censurable. De esa lactancia que yo practico con mis dos hijos, mal llamada “prolongada”.

Y cuando comparto algo así soy plenamente consciente de que me traerá muchos dislikes, bastante polémica y algún enemigo. ¿Por qué lo comparto, entonces? Porque algunas cosas alguien tiene que decirlas en voz alta. Cuanto más alta mejor. Y hace tiempo que, además de no dejarme comer por lo políticamente correcto, intento obviar lo popularmente apropiado. Aunque lo pague con popularidad.

Se suele levantar un debate, con estas cosas, sobre cuál es la mejor opción, sobre qué pasa con esas madres que no quieren o no pueden dar pecho, con las que lo han dado poco, con las que estivilizan, las que llevan siempre en brazos, las que paren en casa o las que programan una cesárea, todas sintiéndonos buenas. Todas sintiéndonos malas.

Y no.

Lo siento, pero las buenas madres no dan teta. Las buenas madres no dan biberón, ni colechan, ni estivilizan, ni paren en casa, ni programan cesáreas, ni hacen lo que les mandan ni nadan contra corriente.

Las buenas madres miran a sus hijos a los ojos cuando hablan con ellos.

Las buenas madres le agarran a sus hijos la mano muy, muy fuerte cuando se asustan.

Las buenas madres entienden que cuando su hijo llora porque le han quitado un juguete, no llora por el juguete: llora porque se lo han quitado. Llora porque se siente pequeño e indefenso.

A las buenas madres se les parte el alma cuando su pequeño llora.

Las buenas madres preparan macarrones con tomate.

Las buenas madres cuentan cuentos.

Las buenas madres besan a sus hijos en la frente antes de dormir.

Las buenas madres se despiertan, a veces, en mitad de la noche, preguntándose si su hijo tendrá frío. Incluso si su hijo tiene treinta años y vive en otra ciudad.

Las buenas madres ponen cara de payaso.

Las buenas madres ríen.

Las buenas madres lloran.

Las buenas madres juegan.

Las buenas madres abrazan.

Las buenas madres aman.

Aman sin medida. Y por eso, sólo eso, son buenas madres.

Lo demás sólo son opciones.

Todas disponibles, para todas las buenas madres.

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Mis mejores relatos en mi libro: ‘La mujer de al lado’, disponible en papel y digital.

 

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