A veces te miro cuando no me ves y me pregunto qué es. Qué tienes para tenerme, después de tantos años, tan colgada de ti. No sé si es tu espalda, tu pelo, tus ojos increíbles. No sé si son tus brazos o lo mucho que me gusta esconderme en ellos. No sé si son tus manos o cómo me acaricias. No sé si es tu voz o las cosas que me dices cuando no me dices nada. No sé qué es, pero me vuelves loca. Y no me canso de mirarte, y mirarte, y mirarte.
A veces te agarro la cara y te beso como si mi único propósito en la vida fuera comerte la boca. Y a veces te beso, como sin querer, en el cuello mientras cocinas, y el calor de tu piel me rebosa en los labios y pareciera que te estoy besando el alma. Y tú no te enteras de que te beso el alma, porque estás pelando cebollas. Que así te comieras tres kilos, jamás me cansaría de besarte, y besarte, y besarte.
A veces te abrazo despacio y te saboreo con los dedos, y disfruto cada una de las huellas de tu piel. Y me hundo en tu pecho, y aspiro profundo, porque si para mí existe un paraíso sin duda huele a ti. Y me dejo caer en la paz que rodea tu cuerpo. Y me aprietas contra ti y soy feliz, porque nunca me canso de abrazarte, y abrazarte, y abrazarte.
A veces imagino que me tocas y me dan escalofríos. Y a veces me tocas y me vuelvo loca de placer. Y me hago pequeña en tus brazos, y me hago grande en mi templo, y renazco un poco cada vez. A veces te toco y te deseo tanto, tanto, que no sé si me falta sangre o me sobra piel para contarte con mi cuerpo cuánto necesito tu calor para abrigarme el ser. Y contarte que no me cansaría de sentirte, y sentirte, y sentirte.
A veces te miro cuando no me ves y le doy gracias a la vida porque aparecieras en mi universo. Porque ese día, y no otro, la puerta por la que entraras fuera la mía, y no otra. Porque en este mundo nuestro donde el destino juega a los dados, me encontraste y te encontré. Y me siento afortunada de tenerte y que me tengas. Y de quererte y que me quieras.
Porque no me canso de quererte.
Y quererte.
Y quererte.